DETRÁS DE LA PALABRA EDITORIAL DUNKEN

En la tarde de hoy se presentó en el marco de la 38ª FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO EN BUENOS AIRES, el libro de antología poética "Detrás de la palabra", compilado por el poeta argentino César Melis y el cual tengo el honor de integrar con mi poema  "Las Luciérnagas".
El evento tuvo lugar en la sala Leopoldo Lugones, en donde el Sr. Melis presentó oficialmente el libro y junto a la actriz Erika Wallner y el actor Juan Carlos Puppo leyeron una selección de poemas.
Agradezco a Editorial DUNKEN la oportunidad de dar a conocer mis humildes intentos poéticos y las obras de tantos talentosos poetas de mi país y también de países limítrofes.
Realmente fue un gratísimo momento el cual compartí en familia y en lo personal una nueva y maravillosa experiencia.
A continuación comparto el poema y una breve reseña fotográfica.
Gracias a todos lo que confiaron. A los que no. A todos los que leen y a todos los que -pese a todo- continúan haciendo Poesía.




LAS LUCIÉRNAGAS
En esta noche, en la que debieras estar en mis brazos
la soledad ha vencido a los almendros.
Sin embargo las estrellas reclaman su maternidad sobre estas diminutas luciérnagas mías
porque viva es esta presencia de luz tuya que brota de la hierba y que, sin saberlo
se hace plegaria
 materia clara que proviene de tu alma
presencia de hadas en medio del vacío, haciendo de tus ojos algo inmanente
algo así como un istmo entre el todo y la nada.


Heredan su infinito de universo
la insuperable fragilidad de sus alas transparentes y el imperceptible tañir de sus ruegos.
Y el recuerdo de tu risa, brillando intermitente, es más fuerte que todas las angustias
todos los obstáculos, todos los predadores
o que cualquier cielo preñado de tormenta.


La brisa fresca, en cambio, las empuja
las alienta a consumir el musgo de las ramas, alimento vital de los momentos en que soy impar
y me faltas
y dividir es una resta infinita
y no hay océano que contenga las lágrimas.


Inquietas antorchas

                                                      m
                                                              o
                                                     v
                                                                 e
                                                                            d
                                                                                    i
                                                                                        z
                                                                            a
                                                                                   s

clausuran los sentidos como un beso incandescente
y son un enjambre de besos tardíos, deseados
un ámbar líquido y fresco que corre en la corteza
 que nace en las heridas profundas de los vasos
sellando el alma para que no escape la melancolía.

Mañana, con el sol, ya se habrán muerto
pero vendrán otras a socorrer las ganas
a sostener esta pasión de germinario
de semilla aérea y tenaz
de ínfima luz soportando el aguacero.




       Banner de la Editorial Dunken.



Prólogo a cargo del poeta César Melis. A su derecha la actriz Erika Wallner.


De izquierda a derecha Juan Carlos Puppo, Erika Wallner y César Melis. Lectura de Poemas.


De izquierda a derecha Juan Carlos Puppo, Yo, Erika Wallner y César Melis.


Título de la obra antológica.


El libro.


Diploma de participación en la obra.


Stand de la editorial en la 38ª FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO EN BUENOS AIRES



MATICES





El yo sin método
-limpio-
sin redes que acobarden
ni acorten la distancia del salto
el yo sin frontera interior
en proceso contínuo
cambiante


el yo liberado del yo
el yo sin adjetivos
el yo sin palabras
el yo sustantivado
el yo más las palabras
el yo arrojado como un dado
el yo repensado
el yo desde la tierra
el yo desde la letra
el yo pariéndose
el yo partiéndose
el yo incendiado
el yo momificado
el yo resucitado
el yo desde el silencio
el yo de las ballenas
el yo transfundido
el yo que necesita
-es el yo que necesito-
el yo crucificado
el yo rebelde
el yo ausente
el yo reunido

MUESTRARIO




Esto que estoy intentando ser
           lo que evidencian mi rostro y mis manos
                lo que guarda el aliento de todas mis voces 
   y sobrevive a la garganta de la muerte


este pequeño ramito de violetas
             que se ampara en un rugido de león para engañar a los lobos
        
esto que transpiran mis palabras
                                  y es la forma en que me pienso 
                                                 y me resuelvo

esta forma en que canto y lloro
         en que rezo y camino

              -esta manera de curarme-

esta sustancia de marearme en los mares
           y de reírme en los ríos

estos colores


            soy yo



CUARZOS



Costra marina
    esquirla calcárea
          que estallas con las olas
              me herís y me salvás


Palabra de sal
        vas tallando mis pupilas
con tu arena mortalvital
                    de angustia hacedora


Mantengo la estructura de los médanos
          -cambiante en el silencio-
     aún así depositás sobre mí
              con paciencia de cangrejo
                          estos reacios cuarzos
                      que me construyen




ESTAMPIDA




La muerte convoca la fuerza,

siempre lo he sabido.

No es la vida, no

sino el miedo

el olor de los predadores

-disperso en el aire-

lo que provoca el movimiento.

La insubordinación a perecer

es apenas un instinto.

Ante el ataque,

desbocadas

locas

simultáneas

las palabras desbocan su locura simultánea.

Corren

arrollan

roen

ralean

arrasan

rompen.

No defienden la vida

se defienden a sí mismas.

Huyen

y son porque transcurren y existen sólo mientras huyen.


¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a! ¡E s t a m p i d a!



Luego, en la calma, no son nada

sólo un plasma.

IMPROPIA





Son mías tus entrañas, Alejandra
-dije-
pensando en la forma en que es mío este filo de la aurora
esta playa donde se hieren a sí mismos los albatros
estas rocas de sospechosos cangrejos blanquecinos
esta transformación del tiempo y del espacio.

Puta me decís que sos y te sentís
cada vez que la mentira te deja sin rostro
y el implacable ejercicio del amor vulnera tus encías.
¿Y yo? ¿Yo qué tengo que decir entonces?
¡Yo que escarbo las cabezas de los peces para sentirte mía!
Mía, mía, ¿mía?
¡Qué horror!
¡Qué pésima palabra!
Incapaz de vincular mis manos y tu espíritu
en realidad lo que busco es abrirme los pulmones, ¡darte mi aire!

Con vos perdí hasta el aire, Alejandra
a cambio me encontré con el verbo
una Palabra que redimió el vacío
pero que no lo llenó con nada más que búsqueda y la capacidad de nombrarte
y nombrar.

Envejecer la piel refundó la infancia del alma
sirvió para entender que siempre sos novedad
que no puedo absorberte
-ni siquiera absorberme-
Que cuando creo que comprendí tu esencia


eso                                                          Vos
               ya                           sos
                          no

y aun así somos espejo.



ALEJANDRA PIZARNIK (Esa rara niña triste)





Mi voluntad se desmenuza cuando me cruzo con textos de Alejandra. Quedo expuesto ante la frenética necesidad de leer y leerla. Diría yo beberla.
Quizás no poder soportar la tensión de aceptar o rechazar al mundo sea el destino de aquellas almas que descienden a destiempo. 
Por alguna extraña razón Alejandra no nació en el cielo sino hasta su muerte en 1972 y no me resulta hereje pensar que muy probablemente debió haber sido increada ángel y no haber nacido humana. Dios tiene sus propios misterios.
En 1958 escribía: «He meditado en la posibilidad de enloquecer. Ello sucederá cuando deje de escribir. Cuando la literatura no me interese más». En 1971, un año antes de su suicidio, anunciaba: «Abandono todo plan literario. Las palabras son más terribles de lo que me sospechaba. Mi necesidad de ternura es una larga caravana. sé que escribo bien y esto es todo. Pero no me sirve para que me quieran».
Me es imposible describir la necesidad de ofrecer mi abrazo paterno que me provoca el alma de esta señora que nació veintinueve años antes que yo y a la que llevo sobrevividos once hasta la fecha.
No puedo sólo decir que amo gran parte de sus letras. Su oscuridad me duele. Me hiere. Me golpea. Me increpa. Me demanda.
Me es imposible no leerla como intentando revivirla desde una niñez que no acabe jamás. Ella odiaba al mundo porque no soportaba que la inocencia de la infancia se terminara tan pronto. Yo amo al mundo y siento dolor por él y espero la redención de Cristo  por esta misma razón.
Transcribo a continuación esta maravilla de comentario extraído del periódico Página/12 escrito por Delfina Muschietti. Inteligente como pocos sobre esta poetisa cuya obra aún aguarda que muchos se desempolven la mediocridad y reconozcan la altura cósmica de sus letras. 


Una luz cegadora


Acaba de distribuirse la Poesía completa de Alejandra Pizarnik en una exquisita edición que Lumen de Barcelona encomendó a Ana Becciú. Son casi quinientas páginas que incluyen una gran cantidad de inéditos que obligan a una reconsideración total de la obra de una de las más grandes poetas del siglo pasado.


POR DELFINA MUSCHIETTI




Preciso y precioso es este libro, como los nombres que convocaba Alejandra Pizarnik para sus poemas. Era inevitable esta Poesía completa de una de una las poetas fundamentales de la Argentina en el siglo XX. Es una suerte que el resultado sea una recopilación minuciosa, atenta y cuidada como la que ha realizado Ana Becciú (otra importante poeta argentina) para la Editorial Lumen.
Esta obra completa no deja ningún texto afuera, como los dos primeros libros (La tierra más ajena y Un signo en tu sombra) que fueron olvidados en recopilaciones previas y nos acerca otros hasta ahora desconocidos. Merecida puesta en foco e iluminación de una obra que ha sufrido no pocos ataques. Como antes Borges ante Alfonsina Storni, algunos escritores y escritoras contemporáneos se han prestado en relación con esta escritura a un despectivo e irónico malentendido, que muy poca justicia hace a esta obra inolvidable. Decir solapadamente o a voces que los poemas de Alejandra Pizarnik son cursis (o más finamente kitsch) o demasiado enfáticos en su protocolo de destino–de–poeta termina subsidiando ese otro sector de la crítica, aquel trillado comentario “clínico”, anquilosado y trascendentalista del que ya estábamos un tanto cansados. Como si cualquier ojo malévolo no pudiera encontrar líneas cursis en Oliverio Girondo, César Vallejo o Juan L. Ortiz, por nombrar tan sólo a tres de los más grandes poetas hispanoamericanos del siglo pasado.
Quizás porque los poemas, como cuerpo violentado, se exponen en ese “yo” deshecho, triturado y fragmentado, y un cierto grado de lo cursi resulta inevitable en la poesía. Sin la máscara protectora del narrador, la poesía exhibe lengua, música, carne. Y en el esplendor del procedimiento procesa sin temores la memoria individual y colectiva. Por eso es tan difícil el trabajo preciso y obsesivo del poema con las palabras. Nadie podrá negar la desmesura de ese trabajo en los textos firmados por Alejandra Pizarnik: ninguna obra como la suya fue capaz de llevar tan lejos los pronombres personales, como casillas vacías, de un lado a otro de la sintaxis castellana, hasta el límite de un juego donde la identidad se disuelve y, al mismo tiempo, levanta precisa y preciosamente una identidad o enunciación colectiva: la de las “pequeñas muertas”.
Como antes lo hiciera Sylvia Plath en el ámbito de la poesía norteamericana, aquí Alejandra Pizarnik afirma e inventa una tradición, haciendo arco con la poesía de la Storni: la voz “propia” del género en la poesía argentina contemporánea. Una voz expropiada, como todas, pero que Pizarnik se empeñó en dibujar con perfecta precisión en una apuesta formal desmesurada. La estela así abierta ha sido infinita: desmesurada la importancia de su obra y desmesurado el efecto de su productividad estética en la poesía actual.
Pero no son tan sólo esos sus méritos. Ningún poema como los de Alejandra Pizarnik para lograr esa síntesis brillante en el lenguaje que deja en la mente esa impresión duradera como la huella de un flash. Poemas menudos, concisos e infinitos en su capacidad de desplegar sentidos. Herméticos, cerrados sobre sí y al mismo tiempo, como el infierno musical, fijados a nuestra memoria (par coer, como quería Derrida), por esa indisoluble e intraducible conjunción de letra y sentido: “Explicar con palabras de este mundo/ que partió de mí un barco llevándome”. El comienzo del camino en el que Pizarnik se volvió “eléctrica”, como Bob Dylan: pura intensidad del desalojo del “yo” en las ruinas del lenguaje.
Pero la obra no se queda en esa perfección de la forma y del desquicio pronominal. También podríamos decir que Pizarnik es maestra en el arte de leer. La tan meneada “intertextualidad” que se esgrime casi en contra de su escritura en una velada acusación de plagio, en verdad se exhibe en ella en el verdadero sentido que Bajtin le dio a esa palabra (antes de ser traducida por Kristeva). Los grandes poetas no hacen sino leer y procesar: triturar la tradición, sea ésta cual fuere. Allí, en el laboratorio dellenguaje, experimentan. Vallejo con Darío, Girondo con todas las vanguardias, Juanele con los simbolistas, Perlongher con todo el modernismo, Carrera con Juanele y la tradición del campo, Bellessi con la propia Pizarnik. Una gran obra como la de Pizarnik no hace sino fagocitar sus lecturas (Trakl, Hölderlin, Rimbaud, Artaud y todo el surrealismo, Carroll, y hasta los poetas contemporáneos –menores o no– como Porchia u Olga Orozco) para producir una voz tan propia en su ajenidad, en su fuerza centrífuga y maquínica, que luego sólo podemos reconocer un estilo, una forma de decir, una cierta cantidad formal a la que sin duda adscribimos una firma.
Y hay todavía algo más en esta apuesta desmesuradamente original. La obra de Pizarnik también abre un costado clandestino e incandescente, que permaneció en la oscuridad en vida de la autora, y que llega a la publicación después de su muerte por el trabajo de las poetas que admiraron su obra, como Ana Becciú. Una voz desatada, irónica, obscena, que urde una trama paródica, violenta, mordaz y desopilante que vuelve a abrir camino para las mujeres escritoras e ilumina los sectores prohibidos para sus firmas. Como un cartel de neón que hubiera permanecido apagado y ahora se enciende con alguna forma de luz cegadora, y que en esta compilación nos acerca verdaderas joyas que hasta ahora desconocíamos. Hablo, por ejemplo, de “Sala de Psicopatología”, un texto fechado en 1971 que parece lograr de manera sucinta y perfecta la síntesis de esa complejidad al menos doble de la obra de Pizarnik: un registro hiperculto e hipercuidado para la escritura de sus poemas “publicables” y un registro que podríamos llamar deslenguado para los “impublicables”, con una violencia y una voluntad paródica cercana a la de Osvaldo Lamborghini, y que resulta asombroso a la luz del aquel primer registro. Este texto inédito hasta ahora logra una síntesis realmente llamativa donde se aúnan la pasión por la cita de las lecturas preferidas (Rimbaud, Kafka, Freud, Nietzsche, Éluard), el humor que hiere como un bisturí, el estallido experimental de los géneros (poesía en prosa, verso, diario, porno, autoparodia) y la tersura inigualable de algunas líneas de esa Pizarnik “publicable”. Todo ello tramado con una despiadada crítica al mal psicoanálisis post–Freud en la que surgen lapidarias iluminaciones: esa apuesta a la visibilidad del deseo gay francamente valiente, y esa asimilación deslumbrante de la belleza verbal de la psicoterapia con el suicidio.
Justo en el borde de esos textos autorreferenciales como el diario, donde cada uno de nosotros puede mirarse un poco en el espejo y al mismo tiempo permanecer shockeado por el asombro ante una estimulante extrañeza estética (“Soy una perra a pesar de Hegel”), este texto y esta escritura llaman la atención sobre cuánto quedaba por hacer aún en la obra de Pizarnik. Ni combinatoria ni palabra terminada, esta Poesía completa desmiente esas ambiguas críticas que la han perseguido como un cortejo circense. Pareciera que la única y más alta justicia que merece esta obra (y que la mayoría de la crítica que la comenta parece ignorar) es ser realmente objeto de esa inteligente y aguda práctica que pedía impacientemente el propio Osvaldo Lamborghini: “¡Lean, che!”.

PEZ FÉNIX



Lo que sobrevino no fue la luz. No.
Fue un fuego de artificio nefasto
una caterva de instantes bastardos
malolientes, fétidos.
Robados de un prepucio ajeno.
Raptados.
Absurdos como ojos de axolote
ausentes de locura redentora.
Se mareó con su propio anhídrido
le hizo falta atinarle al desahogo
-al verdadero desahogo-
ése que seca las tripas
ése que musguea en el musgo
ése que consume las catedrales del polvo
el que interroga cualquier tinta
-el que resuelve la mediatez entre las manos y la acción-

Tuvo que afinar los rugidos ególatras y huecos
y darle de lleno a las palabras
robustecer la ternura
alivianar la soberbia
reasignar geometrías
ligarse con la nada
enterarse de Girondo
entender lo que es parirse letra
oírse a sí mismo desde el útero.

Resumiendo:

             A
                 
                    b

                           i

                                 s

                                       a

                                             l
renacer de sus cenizas.


EL NÚMERO EN LA LETRA



Existen infinidad de tradiciones alrededor del mundo que dignifican la vida, es decir, le dan o al menos intentan darle un sentido profundo a la cotidianeidad.
Particularmente admiro toda expresión de cultura y tradición que resalte la belleza de las cosas más simples y sencillas. Y si además son un intento virtuoso de vincular el campo de lo sobrenatural y lo humano, muchas veces son experiencia concreta de cruce entre lo humano y lo divino. Encuentro en ello el sentido de la vida.
Transcribo con apenas algunas modificaciones -sólo a los efectos de facilitar su comprensión- esta hermosa tradición basada en un sentido numérico de la realidad. Creo que más allá de poder compartir o no la creencia en Dios o su vinculación con la materia de esta forma, es un maravilloso ejercicio de virtuosismo y generosidad hacia las cosas. Una hermosa manera de honrar las cosas que nos rodean.
Desde lo conceptual y cristianamente hablando, harta mi paladar de placer porque mucha es la emoción, ya que en mi fe particular, Jesús es el Pan bajado del cielo y Dios mismo. Además desde la idea de Dios Trinitario esta costumbre encierra un gran misterio de inmensa belleza. 
Sin ánimo de banalizar una costumbre hebrea sino desde un espíritu de reivindicación, de respeto y de admiración les comparto esto que considero una verdadera Alabanza a las cosas santas, desde la letra y abarcando al número.

La fuente es: www.judaismovirtual.com 

La tradición de sumergir el pan tres (3) veces en sal

Cuando la persona se dispone a comer pan, purifica sus manos con agua, y recita la bendición: "Bendito eres Tú, Dios nuestro, Rey del universo, que nos santificaste con tus mandamientos, y nos ordenaste lo concerniente al lavado de manos"
Luego se seca las manos, y recita la bendición para comer el pan "Bendito eres Tú Dios nuestro ... que saca el pan de la tierra". 
Posteriormente, corta un trozo del pan, lo sumerge tres veces en sal, y come.
¿Cuál es el motivo de sumergir el pan tres veces en sal? 
El nombre de Dios tiene un valor numérico de 26. Y si multiplicamos 26 por 3, resulta: 26 x 3 = 78
Este valor 78, es le mismo que el de la palabra "melaj" es decir “sal”.
Veamos esto gráficamente:
El nombre de Dios es Adon'ay y en letras hebreas se escribe así:


Ahora calculemos su valor numérico


Comprobamos que el valor numérico del nombre de Dios (Adon'ay) es 26
Multiplicamos 26 x 3 (las tres veces que sumergimos el pan en sal).
26 x 3 = 78
Resulta que 3 veces el nombre de Dios es igual a 78


Veamos ahora acerca de la sal:
Sal en hebreo se dice "melaj", y se escribe así: 


Ahora calculemos el valor numérico de "melaj"


Comprobamos que el valor numérico de sal es 78
Hemos visto que 3 veces el nombre de Dios, es igual a 78, el mismo valor numérico de "melaj" -sal-. De esta manera, el nombre de Dios realiza su acción de anular la amargura y la rigurosidad de la sal, eliminando todas las -klipot- fuerzas de impureza de la mesa.
¿Por qué causa el pan al sumergirlo en sal elimina la amargura y la rigurosidad de la misma?.
Es porque en el pan también hay 3 veces el nombre de Dios, y su valor numérico es igual a 78
Decimos esto porque pan -lejem- en hebreo se escribe así: 

Ahora calculemos el valor numérico


Comprobamos que el valor numérico de pan -lejem- es igual a 78.
Conclusión
La sal, que representa la rigurosidad, contiene 3 veces el nombre de Dios. El pan, que representa la bondad, contiene 3 veces el nombre de Dios
De esta manera, cada vez que sumergimos el pan -bondad-, en la sal -rigurosidad- el nombre de Dios realiza su efecto, y anula un tercio de la rigurosidad de la sal.  Hacemos esto tres veces, y la totalidad de la rigurosidad de la sal queda anulada por la bondad representada por el pan.
A través de sumergir el pan en sal 3 veces, la fuerza del nombre de Dios que se encuentra triplicada en el pan, anula la fuerza amarga de la sal, y elimina todas las -klipot- fuerzas de impureza de la mesa.


Ignoro lo que piensen o sientan ustedes. Me encantaría conocer sus opiniones. Yo creo que el secreto es y seguirá siendo AMAR. 
Y en este aspecto, este blog se propone crear espacios de búsqueda.


EL AFILADOR

Mi trabajo me permite disponer de ciertas libertades que aprovecho con descaro y sin empacho. Esta mañana al terminar unos trámites bastante tediosos volvía a casa conduciendo mi auto, cuando en una de esas contorsiones de cuello que uno desenrolla siempre  en las bocacalles para aumentar la visión y evitar colisionar con algún colega del volante, lo ví.
Marchaba apeado de su bicicleta y tocando su flauta de pan, la cual debiera llamarse flauta de Pan, con mayúscula, en honor al semidiós Pan, mitad cabra y mitad humano, célebre entre otras cosas por el asiduo empleo de este instrumento. 
Siempre me pareció un problema eso de andar por la vida con dos casquitos en lugar de pies, pero en fin, les dejo el lío a los antiguos griegos.
Volviendo a mi descubrimiento y tal cual reza el título del post, sólo diré que se trataba de un simple afilador de cuchillos y tijeras con su típica piedra circular sobre el volante de la bicicleta. Desde chico siempre me maravilló este oficio. Ver girar la piedra accionando los pedales y que la bicicleta no se desplazara, a los ocho años me resultaba mágico.
Recuerdo cómo la melodía de la flauta invadía las calles, penetrando por las ventanas de las casas. Su sonido era inequívoco. Los pequeñuelos del barrio íbamos a su encuentro con el mismo entusiasmo que acudíamos al campaneo del heladero. Recuerdo también que a medida que los años pasaban no siempre era la misma persona pero invariablemente se trataba de varones mayores, bien mayores. Nada de viejos de treinta o cuarenta años sino de ancianos mayores de cincuenta.
Para mi sorpresa esta vez mi afilador apenas pasaba los veinte años.
Cuando uno es pequeño no imagina las garantías que un oficio debiera asegurar para hacerlo sustentable en el tiempo. No tiene en cuenta que, al igual que nosotros, las demás personas necesitan obras sociales, remuneraciones acordes al tiempo y esfuerzo dedicados o una jubilación oportuna y justa. Uno no tiene en cuenta absolutamente nada. Simplemente es el afilador del barrio que pasa. Antiguamente los afiladores también reparaban paraguas y pulían diversos utensilios y eso debía aumentar considerablemente la clientela.
En tiempos en los que todo llega a nuestras manos, precocido, precalentado, listo para consumirse o simplemente ya debidamente cortado y fileteado, la imagen de este joven hombre se me antojó digna de un paisaje jurásico. Sin embargo me conmovió la valentía que parecía tener su mirada, su paso resuelto, su actitud de llamar con un canto de flauta diferente al que yo conocía en mi infancia. Efectivamente su silbido era distinto, como si fuese el resultado de un estudio de marketing y que parecía gritar a los cuatro vientos: “Señoras, salgan de sus casas y conozcan al apuesto afilador que estaban necesitando en sus vidas y sobre todo en sus desafilados cuchillos que ya no cortan ni una entrañita a la plancha!”
Confieso que desde que soy papá, hace unos cuantos años por cierto, algunas actitudes notables de los jóvenes suelen emocionarme. Es entonces cuando con mi mente y mi corazón derramo abundantes bendiciones sobre esas almitas que parecen marchar con esperanza frente a las tormentas de la vida.
Lamenté no poseer en mi auto nada que darle para afilar y en cambio recordé que hace poco un amigo me regaló un cuchillo hecho con sus manos y eso me había hecho redescubrir el valor del afilador de rueditas de metal que guardo en el cajón de los cubiertos, que ya miraba con desdén a los comunes cuchillos de sierrita fabricados en serie porque ahora poseía mi propio cuchillo artesanal para almorzar y faenar y que se había creado en mí el nuevo hábito de esmerar y esmerilar su filo.
Advertí entonces que esta herramienta, la cual  yo atesoraba, era enemiga acérrima de la suerte de mi personaje.
Me pareció sentir, junto con la repulsión que produce el raspar de metales, que en sus ásperos roces se desgastaban todas las esperanzas de progreso de mi joven amigo.
¿Cuáles son los sueños de un joven de apenas veinte años que se lanza a la vida montado en un oficio tan desgastado? ¿Cuáles son las ilusiones con que se encarama cada mañana sobre este aparente viento en contra que es la vida? Si alguien le propusiera terminar sus estudios primarios o secundarios o concurrir a una universidad, ¿cuál sería su reacción?
Las respuestas giran sobre esa desvencijada piedra circular pero ¡Ay! Lejos de afilarse, sólo se desgantan.
Con todo, me quedo a la espera de que algún afilador toque mi puerta para ofrecerle mi cuchillo y, olvidando mi reluciente afilador de rueditas de metal, algún dinero pase a manos que también lo necesitan. Y quién sabe, conversando de esas míticas flautas de Pan, pueda yo enterarme cuáles son los sueños que un sencillo afilador de cuchillos conserva intactos en el corazón.