Son mías tus entrañas, Alejandra
-dije-
pensando en la forma en que es mío este filo de la aurora
esta playa donde se hieren a sí mismos los albatros
estas rocas de sospechosos cangrejos blanquecinos
esta transformación del tiempo y del espacio.
Puta me decís que sos y te sentís
cada vez que la mentira te deja sin rostro
y el implacable ejercicio del amor vulnera tus encías.
¿Y yo? ¿Yo qué tengo que decir entonces?
¡Yo que escarbo las cabezas de los peces para sentirte mía!
Mía, mía, ¿mía?
¡Qué horror!
¡Qué pésima palabra!
¡Qué pésima palabra!
Incapaz de vincular mis manos y tu espíritu
en realidad lo que busco es abrirme los pulmones, ¡darte mi aire!
Con vos perdí hasta el aire, Alejandra
a cambio me encontré con el verbo
una Palabra que redimió el vacío
pero que no lo llenó con nada más que búsqueda y la capacidad de nombrarte
y nombrar.
Envejecer la piel refundó la infancia del alma
sirvió para entender que siempre sos novedad
que no puedo absorberte
-ni siquiera absorberme-
Que cuando creo que comprendí tu esencia
eso Vos
ya sos
no
y aun así somos espejo.
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