EL AFILADOR

Mi trabajo me permite disponer de ciertas libertades que aprovecho con descaro y sin empacho. Esta mañana al terminar unos trámites bastante tediosos volvía a casa conduciendo mi auto, cuando en una de esas contorsiones de cuello que uno desenrolla siempre  en las bocacalles para aumentar la visión y evitar colisionar con algún colega del volante, lo ví.
Marchaba apeado de su bicicleta y tocando su flauta de pan, la cual debiera llamarse flauta de Pan, con mayúscula, en honor al semidiós Pan, mitad cabra y mitad humano, célebre entre otras cosas por el asiduo empleo de este instrumento. 
Siempre me pareció un problema eso de andar por la vida con dos casquitos en lugar de pies, pero en fin, les dejo el lío a los antiguos griegos.
Volviendo a mi descubrimiento y tal cual reza el título del post, sólo diré que se trataba de un simple afilador de cuchillos y tijeras con su típica piedra circular sobre el volante de la bicicleta. Desde chico siempre me maravilló este oficio. Ver girar la piedra accionando los pedales y que la bicicleta no se desplazara, a los ocho años me resultaba mágico.
Recuerdo cómo la melodía de la flauta invadía las calles, penetrando por las ventanas de las casas. Su sonido era inequívoco. Los pequeñuelos del barrio íbamos a su encuentro con el mismo entusiasmo que acudíamos al campaneo del heladero. Recuerdo también que a medida que los años pasaban no siempre era la misma persona pero invariablemente se trataba de varones mayores, bien mayores. Nada de viejos de treinta o cuarenta años sino de ancianos mayores de cincuenta.
Para mi sorpresa esta vez mi afilador apenas pasaba los veinte años.
Cuando uno es pequeño no imagina las garantías que un oficio debiera asegurar para hacerlo sustentable en el tiempo. No tiene en cuenta que, al igual que nosotros, las demás personas necesitan obras sociales, remuneraciones acordes al tiempo y esfuerzo dedicados o una jubilación oportuna y justa. Uno no tiene en cuenta absolutamente nada. Simplemente es el afilador del barrio que pasa. Antiguamente los afiladores también reparaban paraguas y pulían diversos utensilios y eso debía aumentar considerablemente la clientela.
En tiempos en los que todo llega a nuestras manos, precocido, precalentado, listo para consumirse o simplemente ya debidamente cortado y fileteado, la imagen de este joven hombre se me antojó digna de un paisaje jurásico. Sin embargo me conmovió la valentía que parecía tener su mirada, su paso resuelto, su actitud de llamar con un canto de flauta diferente al que yo conocía en mi infancia. Efectivamente su silbido era distinto, como si fuese el resultado de un estudio de marketing y que parecía gritar a los cuatro vientos: “Señoras, salgan de sus casas y conozcan al apuesto afilador que estaban necesitando en sus vidas y sobre todo en sus desafilados cuchillos que ya no cortan ni una entrañita a la plancha!”
Confieso que desde que soy papá, hace unos cuantos años por cierto, algunas actitudes notables de los jóvenes suelen emocionarme. Es entonces cuando con mi mente y mi corazón derramo abundantes bendiciones sobre esas almitas que parecen marchar con esperanza frente a las tormentas de la vida.
Lamenté no poseer en mi auto nada que darle para afilar y en cambio recordé que hace poco un amigo me regaló un cuchillo hecho con sus manos y eso me había hecho redescubrir el valor del afilador de rueditas de metal que guardo en el cajón de los cubiertos, que ya miraba con desdén a los comunes cuchillos de sierrita fabricados en serie porque ahora poseía mi propio cuchillo artesanal para almorzar y faenar y que se había creado en mí el nuevo hábito de esmerar y esmerilar su filo.
Advertí entonces que esta herramienta, la cual  yo atesoraba, era enemiga acérrima de la suerte de mi personaje.
Me pareció sentir, junto con la repulsión que produce el raspar de metales, que en sus ásperos roces se desgastaban todas las esperanzas de progreso de mi joven amigo.
¿Cuáles son los sueños de un joven de apenas veinte años que se lanza a la vida montado en un oficio tan desgastado? ¿Cuáles son las ilusiones con que se encarama cada mañana sobre este aparente viento en contra que es la vida? Si alguien le propusiera terminar sus estudios primarios o secundarios o concurrir a una universidad, ¿cuál sería su reacción?
Las respuestas giran sobre esa desvencijada piedra circular pero ¡Ay! Lejos de afilarse, sólo se desgantan.
Con todo, me quedo a la espera de que algún afilador toque mi puerta para ofrecerle mi cuchillo y, olvidando mi reluciente afilador de rueditas de metal, algún dinero pase a manos que también lo necesitan. Y quién sabe, conversando de esas míticas flautas de Pan, pueda yo enterarme cuáles son los sueños que un sencillo afilador de cuchillos conserva intactos en el corazón.



2 comentarios:

  • Barbi ♥ | 22 de marzo de 2012, 20:28

    Más allá de todas las (muchas) cosas del post que me quedaron resaltadas en la cabeza, gracias por revelarme el porqué del nombre de la flauta. Lindo primer post :)

  • Anónimo | 23 de abril de 2012, 7:19

    Mas alla de las palabras... mas alla de todo... te felicito y te animo a seguir revelando estas cosas a los sabios

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